Un buen amigo me dijo: no puede uno decirse lector, si no ha leído a los clásicos greco-romanos, y yo estoy de acuerdo, es por eso que en esta ocasión me adentré en la poesía lírica de Ovidio, poeta latino, nacido en 43 a.C. El libro leído es “Amores”, es un gran poema dividido en tres libros, bueno, inicialmente eran cinco libros, de los cuales sólo tres se conservaron, los otros dos, seguramente fueron parte del acervo de la gran biblioteca de Alejandría perdido para siempre.
En este poema, Ovidio relata su historia de amor con una muchacha llamada Corina. Aunque no se puede asegurar que la tal Corina haya existido o sea la personificación de diferentes amores del poeta. Sea cual fuere la naturaleza de Corina, fue el pretexto perfecto para que el poeta nos dejara versos de gran lirismo y belleza, ¿de qué trata este libro?: del amor, del amor sensual entre hombre y mujer, tocando prácticamente todos los temas relacionados con el amor y la relación de pareja: el deseo, el erotismo, la violencia doméstica, el perdón, el adulterio (de hecho, en muchos momentos Ovidio menciona abiertamente que Corina es una mujer casada, a la cual él enamora), los celos, las promesas incumplidas, la coquetería, la disfunción eréctil (¡vaya usted a creer!), el desamor, el amor de la esposa, una vez dejada la juventud… todo el espectro de los sentimientos relacionados con la relación de pareja los podemos encontrar aquí.
No olvidemos que Ovidio es un escritor precristiano, su religión abarca todo el panteón grecolatino: Júpiter, Mercurio, Minerva, Marte, pero sobre todo y ante todo: Venus y Cupido, los dioses del amor, de quien él, como buen poeta, se declara sacerdote. A los ojos de un lector cristiano, resulta llamativo leer oraciones devotas a Venus y a Eros, que podrían en momentos leerse como si de la Virgen y Cristo se tratara. Pero lo que hizo llegar mi sorpresa al máximo, fue encontrarme un momento específico del poema en el que de manera increíble me pareció estar leyendo la carta de San Pablo a los Romanos, a continuación reproduzco ambos textos que, me atrevo casi a llamar paralelos entre un autor gentil y uno cristiano:
“Si de algo aprovecha declarar las propias culpas;
Lo confieso y sigo como un loco aferrado a mis extravíos:
Los odio, y aun deseándolo, no puedo ser otro del que soy.
¡Qué pesado, soportar la carga que uno quisiera echar de los hombros!”
(Ovidio, Amores, Segundo libro IV)
“Puesto que no hago el bien que quiero,
Sino que obro el mal que no quiero,
¡Pobre de mí!,
¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?”
(San Pablo, Romanos 7, 19. 24)
¡El mismo tedio, la misma pesadez de ir en contra de la propia naturaleza que arrastra hacia lo que se reprueba! “Amores” se publica en el año 16 a.C. así que es probable que San Pablo, perteneciente al mundo helénico del primer siglo cristiano haya leído los versos de Ovidio y hayan causado un fuerte impacto en su pensamiento cristiano respecto a su lucha interior, de tal manera que al escribir a los Romanos haya tomado la ideas de Ovidio traduciéndolas en lenguaje cristiano, produciendo de esta manera, unas bellas “semillas del Verbo” que los cristianos romanos del primer siglo sabrían identificar y asumir. De cualquier manera, no dejó de ser impactante a los ojos de un cristiano del siglo XXI.
En el final del primer libro, hace una gran apología del poema lírico, frente al poema épico o la prosa. El padre de Ovidio lo quería abogado y para tal efecto lo manda a estudiar retórica, sin embargo Ovidio, deshecha la discusión legal y política para abrazar la poesía, pues para Ovidio, usar la palabra para las discusiones banales es pérdida de tiempo, mientras que los poemas de Homero, Sófocles, Lucrecio y otros más, permanecerán para siempre… ¡y cuánta razón tenía! “Los poemas burlan las amenazas de la muerte”, escribe. Cerrando con una profecía que se cumple cada vez que un lector abre las páginas de este libro: “Así, cuando el fuego de la pira haya consumido mis restos, aún viviré, y será inmortal la parte mejor de mi existencia”.
De singular interés resulta la postura de este romano frente al aborto: “Tamaña atrocidad ni la cometen los tigres en los antros de Armenia, ni la leona se atreve nunca a malograr sus partos, y lo ejecutan las tiernas jóvenes, aunque no impunemente, pues muchas veces paga con la vida la madre que destruye en el útero el fruto de su fecundidad”.
Decía Carlos Fuentes que toda la literatura que podríamos escribir, ya la escribieron los clásicos: la tragedia y la comedia, la lírica y la épica, cualquier historia que quisiéramos escribir, no es otra cosa que la variación del original escrito por los griegos y los romanos. Ovidio es una prueba de ello.
Valoración: cinco estrellas sobre cinco. Es un libro que todos deberíamos leer alguna vez en la vida.
Lo bueno: La forma en la que el autor plasma la experiencia del amor que todos hemos gozado y sufrido.
Lo malo: Retrata el amor antes de la experiencia cristiana, con toda la fiebre de un ser humano, pero sin la calidez del “cáritas”. Pero, ¡vamos!, es una obra de su tiempo.
Lo feo: En muchos momentos se retrata la animalidad del amor erótico, que aún en lenguaje poético, resulta a veces chocante.
Algunas perlas de este libro:
· “Quiero que algún joven, herido por la misma flecha que yo llevo clavada, reconozca, leyéndome, las señales del fuego que le consume”.
· “¿Qué es el sueño sino la fría imagen de la muerte?
· “Ciñó mi cuello con sus brazos y estampó en mi cara mil besos que fueron mi perdición”.
· “Por lo que he visto, sospecho cuánto me enajenarían los tesoros que velan tus vestidos transparentes”.
· “Alta fue y graciosa, y alta y graciosa sigue siendo; tenía unos ojos provocadores, y todavía resplandecen como estrellas los ojos con que me burló tan a menudo su perfidia”.
· “Recuerdo que ella juró poco ha por sus ojos y los míos, y sólo los míos han llorado”.
· “Te amo; deseo odiarte, y siento que me es imposible, y entonces quisiera morir, pero junto contigo”.