La colección “Sepan cuantos…” de la editorial Porrúa, tiene como buena costumbre publicar dos o más obras del mismo autor en un solo libro cuando la extensión de las mismas lo permite, gracias a esto, posterior a mi lectura de “El Zarco” pude leer “Navidad en las montañas”, un relato en el que mi ya muy estimado Ignacio Manuel Altamirano presenta su idea de cómo debería ser la Iglesia en México, en especial el clero.
Recordemos que el ambiente en el que se escribe la obra es el periodo posterior a la guerra de Reforma, de tal manera que la imagen que se percibe de la Iglesia es la del clero ocioso, beneficiario de las canonjías que su posesión le brinda, muy lejano al pueblo y celoso de los bienes terrenales que ha sabido aglutinar.
Aclarando desde un principio la veracidad histórica de la narración, Altamirano nos presenta a un capital del ejército mexicano que llega de paso a un pequeño pueblo en las montañas de nuestro país, de camino se encuentra a un sacerdote, párroco de dicho pueblo que le ofrece su hospitalidad en la noche del 24 de diciembre, en el trayecto hacia el pueblo, el militar va descubriendo en el religioso un verdadero misionero cristiano: pobre, sencillo, lleno de amor por su pueblo, que procura el desarrollo de su comunidad creando a la vez un ambiente de fraternidad entre sus feligreses.
Con la llegada al pueblo, el capitán comprueba de primera mano el amor mutuo que se profesan pastor y rebaño y la influencia benéfica que ha tenido el cura en toda la población, él, siendo de formación cristiana, ve con desprecio al clero que se enriquece a costa del pueblo y que encumbrado desde su púlpito desaira a la autoridad civil, sintiéndose el único poseedor de la verdad; por ello ha servido en la guerra de Reforma a favor del gobierno de Juárez, pero al ver este modelo de cristianismo genuino no puede más que en reiteradas ocasiones llorar conmovido, abrazar al hermano cura y rendirse ante la caridad y abnegación de ese apóstol de Cristo.
Es una narración exquisita y parecería que utópica, a mí en lo particular me sorprendió el ideal que Altamirano tenía de la Iglesia, y no puedo más que admirárselo, con algunos detalles en los que no estoy del todo de acuerdo, como su opinión respecto al culto a los santos, sin embargo, bajo la óptica que maneja él en la historia, debo aceptar que el culto a los santos sería cuestionable; sin embargo, yo soy un convencido de que con una correcta catequesis y formación cristiana, este aspecto de la doctrina católica enaltece al cristiano y a Dios mismo. Lo anterior, sumado a la idea de intromisión del Estado en la educación religiosa del pueblo, son los pocos puntos de detracción personal frente al pensamiento de Altamirano reflejado en esta obra.
Es una obra que yo personalmente desearía que se leyera en los seminarios como parte de la formación pastoral de los nuevos sacerdotes, vamos, no quiero con esto decir que el mejor modelo de Pastor nos lo dio Altamirano en esta obra, claro que no, pero sí es un reflejo de como se ve a la jerarquía católica en los círculos civiles y el ejemplo del “hermano cura” es una muestra de cómo muchos (entre los que me incluyo) quisiéramos ver a todos nuestros pastores. Debo decir que, al menos en la diócesis de Cd. Juárez, gracias a nuestro amado primer Obispo D. Manuel Talamás Camandari, de feliz memoria, muchos párrocos y sacerdotes, tienen el talante de este “hermano cura”, venturosamente yo conozco a más de tres.
Algunas perlas de este libro:
“¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cada año, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de su vida?”
“¿Qué valen los profanos regocijos de la gran ciudad, que no dejan en el espíritu sino una pasajera impresión de placer? ¿Qué vale todo eso en comparación de la inmensa dicha de encontrar la virtud cristiana, la buena, la santa, la modesta, la práctica, la fecunda en beneficios?”
“…la vegetación, esa incomparable arquitectura de Dios, se ha encargado de embellecer esa casa de oración, en la que el alma debe encontrar por todas partes motivos de agradecimiento y de admiración hacia el Creador”.
“Mi cristiana misión: debo procurar el bien de mis semejantes por todos los medios honrados”.
“El Evangelio no sólo es Buena Nueva desde el sentido de la conciencia religiosa y moral, sino también desde el punto de vista del bienestar social”.
“El talento elevado siempre es presa de dolores íntimos, por más que ellos se oculten en los recónditos pliegues de un carácter sereno”.
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