Una vela barata de baterías iluminaba la mesa vestida con un inmaculado mantel blanco. En el centro, a lado del artefacto de decoración falso, un violetero con un fresco crisantemo y un persistente olor artificial a flores de campo hacía volar su mente hacia la floristería que diariamente perfuma sus productos con el aromatizante en aerosol, a sabiendas que las flores que comercializa no alcanzan a tener la fragancia suficiente para el deteriorado olfato del habitante de la ciudad plena de humo y olor a asfalto caliente y mojado.
Frente a él, una silla vacía esperaba a nadie, y una carta aguardaba su decisión: ¿Pasta o pizza? Elección sencilla: siempre le había parecido una verdadera pérdida de tiempo y dinero pedir pizza en un restaurante italiano, “si quisiera pizza, iría a una franquicia de comida rápida”, las sirven a una tercera parte del precio, con un sabor al que estaba más acostumbrado y sin tanto “glamour”, después de todo, es una tortilla con queso y salsa.
Pidió por fin la pasta: un fetuchini a la crema con alcachofas y albahaca, acompañada de un té frío de manzanilla.
Mientras esperaba su orden, observó en la mesa de frente a una pareja de jóvenes recién salidos de la adolescencia platicar animadamente con los labios y con los ojos. Estaban en pleno cortejo y aunque tratando de disimularlo por convencionalismos sociales, era obvio para cualquier observador externo que los dos se morían el uno por el otro, a juzgar por sus miradas, la posición de sus cuerpos y el movimiento de sus cabezas y manos. ¡Tan fácil y directo es el lenguaje del amor!
Poco más allá, una reunión es acaparada por un hombre con un escandaloso acento de merolico de feria: “¿Has probado el Carmenere chileno?, es una delicia, nada que ver con un Merlot sin sustancia ni temperamento; esos chilenos sí que saben hacer vino bueno y barato… aquí en México no salimos del Lambrusco, sólo esa nos sabemos, nos falta mucho conocimiento y cultura gastronómica”… ¿A quién se le ocurría criticar en público un vino italiano en un restaurant italiano?... definitivamente a nuestro amigo; independientemente de que fuera cierto o no, hay que guardar las formas, pensaba él.
Mientras esperaba la orden, un par de mujeres entró al restaurant seguidas por un hombre que daba todas las trazas de ser de gustos “gays”, los tres se sentaron en una mesa contigua a la de él e iniciaron una conversación un tanto escandalosa, dirigida por el hombre, que demostraba ser de carácter alegre y locuaz.
“Menos mal que el platillo tiene buena pinta”, pensó cuando le presentaron su orden. En un restaurant con una cena de consumo promedio de cuatrocientos pesos por persona, lo menos que esperas es que al menos el platillo se vea apetitoso.
Resulta irónica la situación de estar en un buen restaurant, con una cena agradable, un ambiente tranquilo y… sólo; no obstante, era una persona que agradecía la soledad, su temperamento introspectivo facilitaba esta situación y él en realidad se sentía cómodo, aunque nunca acostumbrado ni contento por no tenerla cerca.
De pronto, el bocado de pasta enredado en el tenedor con la ayuda de la cuchara se desenrolló justo al momento en que introducía la pasta en la boca. Instintivamente cerró los dientes, quedando con una divertida barba de fetuchini en la cara que en un restaurant italiano resulta de lo más humillante.
Peor fue escuchar las pequeñas risillas de la mesa de a lado, donde se habían sentado la pareja de chicas y el hombre gay. Definitivamente su pequeño accidente no había pasado desapercibido por esa mesa y se sentía profundamente apenado.
Ni hablar, esas cosas suceden, pensó y prosiguió con su comida, pero percatándose que los ocupantes de esa mesa, en particular una de las mujeres seguía poniendo excesiva atención a su forma de comer, constantemente volteaba hacia él, cosa que lo hacía sentirse de más incómodo, en una noche que se suponía sería agradable y tranquila.
Con el tiempo, se dio cuenta que por alguna razón, era el centro de interés de la mesa de a lado, y que dos de los ocupantes le hacían pequeñas bromas a la segunda mujer. Acostumbrado a leer el comportamiento de los demás en incontables reuniones de negociación y conferencias, sabía que tales cuchicheos eran debido a que una de las chicas tenía especial interés en él y sus compañeros de mesa la hostigaban al respecto.
Una vez terminada su cena y pedida la cuenta, sucede algo que nunca se había imaginado: la chica de la mesa contigua se levanta y se dirige hacia la mesa que él ocupaba. Era delgada, de estatura entre regular y alta, vestía jeans de mezclilla, una blusa blanca y zapatos de tacón medio, pelo pintado de rubio cenizo que enmarcaba bellamente su rostro de tez blanca. Aparentaba de 35 a 38 años, y aunque empezaban a aparecer los signos de la edad, aún era una mujer lo suficientemente atractiva como para hacer voltear a cualquiera que estuviera a su lado.
-“¿Puedo sentarme?”
-“¡Sí claro!” Contestó sorprendido, poniéndose inmediatamente de pie para acercarle la silla, sin saber que esperar de tan inusual situación para él.
-“¿Por qué estás tan sólo?, te ves triste”
-“Es uno de los inconvenientes de los viajes de trabajo”.
-“¡Ah! ¿no eres de aquí?”
-“No, vengo de Cd. Juárez”.
-“Entonces, ¿estás sólo?”
-“Sí”.
Se sentía como caperucita roja hablando con el lobo feroz, a fuerza de pasar toda su juventud sin salir a fiestas, bailes, antros o algo que se le pareciera, no tenía ninguna experiencia en abordajes de este tipo, menos aún, si el abordado era él, y por una mujer atractiva. Era evidente: ella estaba tratando de abrir la puerta y en el momento en el que él la abriera, ella entraría. ¡Focos rojos en todo lo alto!
-“¿Y dónde te estás quedando?”
-“En el hotel que está pegado a este mismo restaurant”
En ese mismo momento, llega el mesero con el voucher listo para ser firmado y su tarjeta, él entrega la documentación firmada, al momento que escucha a la chica:
-“¡Qué bien que nos queda cerca el hotel, así no tardaremos mucho en llegar!”.
¡Qué!, ¿cuándo los hombres dejaron el galanteo, para dejar a las mujeres la iniciativa, y ellas sin pudor tomaron el mando de la situación con propuestas tan directas como groseras?
-“¿Cómo te llamas?”
-“Silvia”
-“Y dime, Silvia”, toma el vaso de te frío y da el último trago, mientras no deja de ver los ojos castaños de la chica, que no le despega la vista ni un momento con una sonrisa de Gioconda. Es increíble lo difícil que resultaba sostener la mirada frente a una mujer como ella. “¿qué hace una hermosa mujer coqueteando con un hombre cuarentón?”
-“No sé, dímelo tú”. Contesta ella, sonriendo y jugando con un rulo de su cabello.
-“Te diré lo que creo: creo que lo que hace es tener su primer fracaso de seducción, ´el primero´, porque siendo tan hermosa, seguramente has tenido todos los hombres que has querido, ´fracaso´, porque no puedo acceder a tu propuesta”
-“Y eso ¿Por qué?”
-“Soy casado”
-“¿Y qué?, no te estoy proponiendo matrimonio, sólo quiero que pasemos una noche divertida, nadie se va a enterar”
-“Me voy a enterar yo y eso basta”
-“¿Tan anticuado?”
-“Tan enamorado”
-“¡Pues qué aburrido!”
-“No tengo la intención de divertir a nadie, pero…” Toma la mano de la mujer y la acerca a sus labios sin tocarla con ellos, viéndola de nuevo a los ojos y diciéndole al tiempo que se pone de pie: “gracias por intentarlo”.
Él se retira después de excusarse con la otra pareja que no ha dejado de mirarlos desde que Silvia se acercó a la mesa, y camina hacia la puerta, mientras ella lo sigue con la mirada, sabiendo que sin importar los hombres que sigan en su lista de conquistas, no olvidará al caballero que conoció frente a una falsa vela de baterías.
Rafael Sosa de Santiago
Octubre 2014
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